Tengo 11 años. Y me veo. Me veo en la ducha con mi prematuro
cuerpo desarrollado, cubierto de moretones y diminutos cortes en la cara, pero
también me escucho.
Escucho tenues susurros que preguntan
¿Por qué me sucede esto a mí? ¿Por qué no puedo tener una verdadera familia?
¿Por qué no puede existir gente, en mi vida que sepa amarme? Como alguna vez lo
hizo mi mamá…si es que abandonar a tu hija con un monstruo borracho que le
despedaza su corazoncito infantil, se lo puede llamar “amor maternal”. “¿Y si
la espero unos meses más?” No lo creo…ya han sido suficientes meses rezando por
su regreso. “¿Y si salgo a buscarla?” ¿Cómo? Si ni siquiera tengo un punto de
referencia y mis once años me convierten en una niña supuestamente incapaz de
recorrer el mundo tras sus huellas. “¿Y si la llamo?” ¿Con qué número? Si ni
siquiera dejó una mísera carta explicando el porqué de su abandono o informándome
a donde iría o si volvería. “¿Y si me contacto con alguien que la conozca?”
Buena idea! Si no fuera porque papá intentó lo mismo tiempo atrás y no funcionó…aunque
quizás nadie haya querido brindarle información para que no fuera tras ella a
torturarla con su pedido de regreso.
Sin embargo ahora que lo pienso…si ella quisiera verme, lo hubiese hecho hace
tiempo, por lo cual, si no obtuve ninguna señal desde su partida, significa que
no quiere encontrarse conmigo. Triste conclusión.
No hay comentarios:
Publicar un comentario