sábado, 11 de octubre de 2014

Mi muerte

¿Qué es lo más difícil de recibir una mala noticia? ¿El tener que escuchar una noticia que te rompa el corazón, que te deja solo, y adolorido, o tener que ser fuerte para continuar sabiendo que lo que sucedió sera eterno?
Esta es la duda que surgió por mi cabeza cuando morí. ¿Cuando la tomaría mi mamá o mi abuela? ¿Cómo podrían continuar desde ahora sin mí?
Yo ya lo sabía. Ya lo había "superado" y...estaba "conforme" con el suceso.
Pero el tener que observarlas desde un lugar fantasma, durante el tiempo que les llevara superar mi muerte, era lo más doloroso. Lo más cruel y espeluznante...tener que estar presente, siendo consciente de que ellas no me notaban allí.
Sin embargo allí me quede...parada. Caminando de un lado al otro, detrás de ellas y de todas las personas que sentían algo profundo y verdadero por mí. Así que, de manera omnisciente, los observé a todos.
Vi como organizaron mi funeral. Como lloraron, gritaron y ofrecieron sus condolencias. También vi como sus mentes se sumergían en recuerdos compartidos. Recuerdos felices e imperfectos. Deseos humanos e iluciones.
Vi todos sus sentimientos. Descubrí lo que en verdad sentían por mi. Me llamó la atención entender que quienes decían quererme, no lo hacían como yo creía, y quienes en algún momento estuvieron en desacuerdo conmigo, se deshacían en remordimientos.
Vi sus almas, sus vidas. Vi como la noticia de mi muerte llegaba a cada uno, como sus lágrimas caían o como su incredulidad crecía.
¿Cuanto faltaría? ¿Cuándo me llevaría ella por completo? Cada vez me sentía menos presente, cual tenue luz de vela apagándose.
Despacio y suave, ella me llevaba. No me arrastraba. Me acompañaba, con una mano helada sobre la mía.
Así me fui. Los abandoné a todos. Al mundo. A mi cuerpo y a mi misma. Dejé mi cuerpo, mis sentimientos, mi familia, mis amigos, mi mascota y a él. De quien ahora conocía sus sinceros sentimientos. Eran hermosos y honestos. Pero no tuve tiempo de conocerlos personalmente. Ni de vivirlos.