Tengo 14 años. Y
me veo. Nos veo. Veo a mi padre arrojándome contra la escalera con
incontrolable fuerza. Una fuerza que mi débil y delgado cuerpo no puede
superar. Así que no me resisto. Se lo permito. Le permito los golpes y
empujones mientras me callo y ni siquiera un llanto de lamento sale de mi boca,
como tantas veces ha sucedido ya. Mi cuerpo sigue allí, pero mi mente vuela a
través de sueños colmados de una suave música grisácea. En esta ocasión…ni yo
conozco el motivo de mi golpiza. Pero
puedo notar que me estaba esperando…cual serpiente boa que se traga a su presa
por completo. Yo soy su presa. No me permite respirar, ni moverme…solo me
obliga a dormir por seis meses, pero… ¿Cuánto equivalen seis meses de sueño en
mi vida? Como desearía poder entender el placer que le causa desquitarse
conmigo. ¿Recordará que soy su hija? ¿Recordará las obligaciones de un padre?
¿Sabrá que el placer de la vida se encuentra en besos y abrazos, y no en gritos
o golpes? ¿Entenderá que una sonrisa de una niña, llena más que tristes
lamentos? Lo observo intentando que mis preguntas se reflejen en su mente. Pero
no lo hacen, porque continúa con su tarea.
Indefensa como un pez aguardo al fin de la tortura para tomar fuerzas y aunque sea poder pararme en busca de escapatoria. Lamentablemente mi escapatoria es una habitación de cuatro paredes y una puerta por la cual, el dolor puede volver a abatirme.
Indefensa como un pez aguardo al fin de la tortura para tomar fuerzas y aunque sea poder pararme en busca de escapatoria. Lamentablemente mi escapatoria es una habitación de cuatro paredes y una puerta por la cual, el dolor puede volver a abatirme.
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