
Eso me sucedió la ultima vez que me ilusioné con él. Aquel último 17 de septiembre de 1998. Creí que sucedería. Que aquello que había estado sucediendo entre nosotros dos, se convertiría en algo más. Tenía pruebas. Estaba totalmente segura y locamente enamorada. Cada día verificaba el correo con la esperanza de que sus cartas me anunciaran su llegada a mi país. Italia no estaba tan cerca y necesitaba con toda el alma verlo nuevamente. Hasta que por fin llego la tan esperada noticia. Vendría. Me visitaría. Estaba feliz. No, estábamos felices. Los días pasaron y sus nuevas historias e fueron llegando. Las pruebas continuaban llegando. Cada palabra que leía en sus cartas eran mi ilusión de que quería convertir en algo más, la amistad que habíamos dejado atrás hace tantos años.

Entonces mi día llegó: 17 de septiembre de 1998. Él llegó. El fuerte abrazo llegó. Pero ni el beso, ni el apretón de manos llegaron. La perfección se arruinó. Y la esperanza de que se diera cuenta de que éramos perfectamente correspondidos, se convirtió en una hermosa italiana de Milán, que se encontraba aferrada a su brazo.
En ese momento me dí cuenta que no supe entender sus palabras. Aquella que creí que albergaban amor, solo contenían cariño. Entonces prometí jamás volver a ilusionarme. Porque la mayoría de las veces se convierte en una pérdida de tiempo...
Un final demasiado triste para una historia tan bella...
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